El lobo feroz la sorprendió de repente.
-Ando buscando la casita de la abuela de Caperucita -le dijo algo apesadumbrado-. Y si esta no puede ser, me han dicho que pregunte por la de los Tres Cerditos -añadió- o la de las Siete Cabritillas.
La muchacha seguía sorprendida. No tanto por el pedido sino porque encontrarse al lobo feroz en un párquing era lo último que se esperaba esa noche de Navidad.
-Creo que va un poco perdido, señor lobo -le dijo con cierta prudencia.
-¿Tanto se me nota? -exclamó él entre sollozos.
-No, bueno... -intentó consolarlo- Yo porque soy muy observadora.
-Ay, ay!!! -seguía con su desconsuelo-. Que malo es hacerse viejo... Uno ya no recuerda ni el camino de su casa ni qué leches hace en este mundo. Buaaaaaá!!!
Su llanto creció tanto en intensidad, que la muchacha lo invitó a su casa. Una vez allí, para que fijara su identidad feroz de lobo, le explicó una y otra vez todos los cuentos en donde él era protagonista para que no los olvidara nunca jamás. Utilizaron técnicas modernas para ejercitar la memoria, pero también los representaron una y otra vez, buscando autenticidad. Y la encontraron. Fue tanta la verdad con la que los representaron, que en la escena de "abuela, qué dientes más grandes tienes", el lobo se la comió con toda su verdad.
Y salió de aquella casa, que no era ni la de Caperucita ni la de los Tres Cerditos ni la de las Siete Cabritillas, repitiéndose a si mismo: "soy un lobo feroz, soy un lobo feroz..."
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